La posible vuelta de Xavi Pascual simboliza algo más que un cambio de entrenador: es la oportunidad de corregir años de improvisación, desorden y falta de liderazgo en la sección de baloncesto del Barça. Un punto de inflexión que puede marcar el inicio de una reconstrucción necesaria.
La posible vuelta de Xavi Pascual no es solo un movimiento deportivo: es un síntoma. El reflejo de una sección que lleva demasiado tiempo sin rumbo, acumulando errores, improvisaciones y mensajes vacíos. La gestión del baloncesto azulgrana ha perdido credibilidad, y la paciencia de la afición, siempre leal, ha llegado al límite. La pitada en el último clásico en el Palau no fue un arrebato: fue un grito de hartazgo que evidenció lo que muchos venían advirtiendo desde hace meses: «Cubells dimissió».
Desde la salida de Saras y Mirotic, el Barça ha mostrado una alarmante falta de planificación, exigencia, liderazgo y de criterio. La figura de Josep Cubells, responsable de la sección, simboliza esa desconexión entre los despachos y la pista. La comunicación con los aficionados ha sido mínima, y la planificación, errática. El recorte presupuestario —legítimo en un contexto económico complejo— se ha utilizado como escudo para tapar una gestión que ha confundido austeridad con el uso pésimo de los recursos disponibles.
Mientras tanto, clubes con menos recursos y más ideas, como Hiopos Lleida, Zalgiris o UCAM Murcia, todos ellos se han paseado este año por el Palau Blaugrana dando una lección de baloncesto tanto en la pista como en los despachos, con una mejor planificación y gestión de recursos, al fin y al cabo, han demostrado que se puede competir con cabeza, planificación y convicción. El contraste es doloroso.
El diseño de la plantilla es el reflejo de esa falta de planificación. Para este curso, se incorporaron tres jugadores estadounidenses, de los cuales dos no cuentan ni con la experiencia ni, posiblemente, con el nivel necesario para competir al ritmo que exige la EuroLeague.
A ello se suma un error de base: por normativa, solo dos extranjeros —en este caso, los americanos— pueden ser convocados por jornada en la Liga Endesa. Eso significa que uno debe quedar fuera en cada partido, y hasta la fecha, Miles Norris aún no ha debutado en ACB. Este desajuste impide darle minutos de rodaje y, al mismo tiempo, limita la posibilidad de dar descanso a las cansadas piernas de los seis o siete jugadores en los que realmente confió Peñarroya.
El resultado es un equipo corto, desequilibrado y con poco margen para rotar. Los salarios elevados no se traducen en rendimiento, y la diferencia entre lo que el club paga y lo que el equipo ofrece se hace cada vez más difícil de justificar.
La lista de episodios surrealistas es larga. El caso de Youssoupha Fall, primero descartado y luego repescado al no encontrar nada más; el de Juani Marcos, regalado y recomprado después; o la errática gestión del scouting, incapaz de anticipar movimientos de mercado que otros equipos detectan con mucho menos presupuesto.
Cada una de estas situaciones no es un error aislado: es el reflejo de una estructura sin coordinación, donde se decide más por impulso que por planificación.
Se ha seguido una tendencia a probaturas con entrenadores sin la suficiente experiencia o proyección, muchas veces más centradas en vínculos personales que en capacidad profesional, como ocurrió con Roger Grimau o Joan Peñarroya. Esta falta de planificación y criterio profesional se repite temporada tras temporada tras la salida de Jasikevicius.
El intento de reincorporar a Thomas Heurtel fue el punto culminante del descontrol. Una maniobra que, por su falta de discreción y coherencia, acabó en un nuevo episodio de descrédito público. El club no solo mostró desorganización interna, sino también desconexión con su entorno y su propia afición. Aquello debería haber sido un punto de inflexión. No lo fue.
Josep Cubells y Juan Carlos Navarro deben asumir su parte de responsabilidad. No basta con hablar de “ilusión renovada” o “confianza en el grupo”. Hace falta autocrítica, transparencia y capacidad de rectificación. La dirección deportiva no puede seguir funcionando con inercias ni con decisiones tomadas al margen de una estructura sólida.
El Barça no necesita parches, sino un modelo. Un proyecto donde el liderazgo se ejerza con criterio, no desde la improvisación o el “ya veremos”.
En ese contexto, la posible llegada de Xavi Pascual representa algo más que un regreso sentimental. Es, potencialmente, el primer paso hacia una reconstrucción seria. Pascual no viene a poner orden en el vestuario: viene, o debería venir, a exigirlo en el club. Su propuesta —autonomía deportiva, experiencia contrastada, planificación y rigor— choca directamente con la cultura de improvisación que ha dominado la sección en los últimos años.
Cuanto más firme sea en sus condiciones, mejor para el Barça. Porque lo que está en juego no es solo un banquillo, sino la credibilidad de toda la estructura.
El Barça de baloncesto necesita un plan. Si la vuelta de Pascual no viene acompañada de una revisión profunda de los fichajes, del scouting, de la gestión de la cantera y de la política salarial, todo quedará en un cambio de cara sin cambio de rumbo.
Pascual puede ser el primer paso hacia lo correcto, pero sin autocrítica ni valentía institucional, el camino volverá a cerrarse demasiado pronto.
Jaume Salvà – PickandRollTV
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