Han pasado dos días desde el 59-81. Dos días desde que el Palau, nuestra casa, se llenó de decepción, silencios y algunos pañuelos. Dos días desde que la afición dijo “basta”. No solo por el resultado, sino por la actitud. Porque lo que duele no es perder, sino rendirse. Y el viernes, nos rendimos.

Ahora, con el 1-1 en la serie, el equipo de Joan Peñarroya viaja a Málaga sabiendo que lo que se juega va mucho más allá de una eliminatoria. Es un escrutinio total a una temporada que puede finalizar hoy si el conjunto blaugrana no consigue la victoria. 

Unicaja llega más fuerte, más hecho, más equipo. No es casualidad. Ibon Navarro ha construido una roca competitiva que juega como bloque, que defiende cada balón como si fuera el último y que no se arruga en los momentos grandes. Ya nos lo demostraron en el Palau: nos pasaron por encima con carácter, con piernas y con hambre.

Pero el Barça aún está vivo. Herido, sí. Cuestionado, también. Pero vivo. Y con jugadores que, si sacan el orgullo, pueden cambiar la narrativa: Punter, Brizuela, Parker… nombres que pueden cambiar el sentido de un partido, que saben lo que es jugarse todo en 40 minutos. Les toca demostrar que aún queda algo de orgullo ahí dentro.

El cuerpo técnico también tiene su examen. No hay excusas ni tiempo para discursos. Solo vale competir. Solo vale responder. Porque si el equipo vuelve a mostrar la imagen del viernes, la purga puede llegar a todos lo niveles.

En Málaga se juega mucho más que una eliminatoria. Se juega el respeto y la dignidad. Y la posibilidad de cambiar el relato como ya hizo contra AS.Mónaco, en el cual, pese a caer en el quinto, el equipo ofreció lucha hasta el último instante. 

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